La organización no ha sido nunca mi punto fuerte. Salto de una cosa a otra… y volviendo una y otra vez sobre ellas, a veces se van organizando… a veces, no… “Orden del desorden”, lo he llamado en alguna ocasión…
“ (…) nunca me gustó nada que estuviera demasiado ordenado. Me gusta ordenar las cosas, sí, pero para desordenarlas después. Escribo este diario, que es una forma de “ordenar” mis pensamientos. ¿O no? Mi naturaleza tiende al caos, qué le vamos a hacer. Siempre he sido el que rompe algún plato o el que vuelca la botella sobre la mesa... Eso por torpe, pero ¿qué es ser torpe? Yo creo ser todavía muy ágil para correr, saltar y treparme a árboles o techos. Ser torpe es cuestión de falta de atención; la falta de atención es cuestión de orden, disciplina. Y yo tiendo al desorden. “Desorden controlado”, podría decir. Porque me gusta manejarme con el “orden del desorden”. Aceptar diferentes tipos de estructuras. Podría (y lo voy a hacer) utilizar otra vez la palabra “tridimensionalidad”, palabra comodín de la semana, ya lo vemos. Manejándome ordenadamente no podría escribir los cuentos que escribo... ¡y ni qué decir de la poesía! Ordenadamente escribiría un puto soneto, y lejos de mí tal intención. Aunque ahora que lo pienso, estaría muy bien un soneto cuyo tema fuera el desorden. Que fuera formalmente correcto pero que de alguna manera expresara el desorden, que rompiera con el concepto de soneto y con el de orden. Tridimensionalidad. Bien, otro proyecto plausible, a ver si se lo escribe... Poco productivo es en verdad este “método del desorden”, debo admitirlo. Pero es el único viable, sin duda. “
… dice mi personaje de Jirafas, nouvelle inconclusa que debería seguir…
Y sí, el único viable… Me encanta el desorden, pero… Hace tiempo que además de escribir, decidí que quería expresarme de otras formas… música, títeres, etc. Así que además de los múltiples proyectos inconclusos o “en vías de desarrollo” que van y vuelven todo el tiempo en mi cabeza, se suman al mundo físico manifestaciones de ese desorden mental… Léase: toda clase de porquerías que voy juntando para potenciales títeres o decorados o lo que sea. Claro que igual eso ya pasaba cuando escribía nomás, con todos los papeles por todos lados. Ahora la compu los tiene más bien relegados a un par de cajones, pobres. Que igual releo, claro, y como muestra de cariño que les tengo, están fuera de la cajonera, en el suelo, junto a mi cama. Haciendo que tenga que levantarme o acostarme con cuidado de no tropezarme o pisarlos, claro… Pero las cosas para títeres ocupan más lugar… Empezando por mi elaborado retablo (siempre en construcción) a metro y medio de los pies de mi cama. Y en su interior y alrededores, muchas y variadas cosas. Asomadas, colgando, en el fondo… A un lado, contra una pared lateral, una cajonera más o menos clasificada de accesorios para títeres. Con todos los cajones abiertos, claro. Al otro lado, en la otra pared lateral, dos escritorios: uno mediano, y otro más chico con estantes. El mediano, recientemente “ordenado” para servir como mesa de diseño de stop motion. O sea, saqué todas las cosas que había encima y las puse en el escritorio de al lado (que desafía cualquier intento de descripción a esta hora). Todas las cosas, menos una gran cartulina blanca, mis recortes de revista (de los cuales algunos están prolijamente ordenados en una carpeta con divisiones, otros sueltos), y un dispositivo precario que me permite sostener una cámara para sacar fotos. Léase: una plancha de telgopor de unos 70 cm con agujeros para la cámara sobre unos parlantes de unos 40 x 30. Y un velador. Todo sobre el escritorio. En el otro escritorio y otros mueblecitos hay muchos libros, cds, cassettes (cassettes!!!), muchísimas revistas para recortar, muchísimas figuras a medio recortar, y mi ropa, claro, sobre cuya organización no sería de buen gusto discurrir ahora…
En fin. Muchas más cosas en el cuarto donde estoy ahora y en un par de depósitos. Eso en el plano espacial. En el plano mental, como dije antes, mucho también: ideas para canciones, cuentos, novelas, títeres, revistas, dibujitos, películas y más. Todas tiradas por ahí, también, j aja.
Y en el plano temporal… mis horarios han de ser sin duda la pesadilla de las buenas gentes… Generalmente, de noche, pero tampoco sigo ciclos fijos… algunos días no duermo, otros duermo mucho… Y a distintas horas. Hace tiempo que no me someto a una rutina horaria, para bien o para mal (para bien y para mal). No una muy rígida, quiero decir. Las rutinas horarias impuestas, para el trabajo o la escuela, siempre me molestaron… Y a la hora de querer armar rutinas para mi trabajo, o las cosas que me gustan… casi nunca hago pie. Ciertamente no con los horarios. Suena ahora el despertador de mi hermano en la otra pieza y me recuerda que debo despertarme a las 10.30… Si me acuesto, claro. Y así vamos. No me quejo, algo se va haciendo… Otro día les explico mi concepto de los caracoles y el movimiento en espiral and the like… Hoy me despido ( a ver si duermo) más con Jirafas que con caracoles… Unos conceptos de mi personaje sobre la disciplina:
“Ya he dicho lo que opino de las promesas a uno mismo y de su validez; y no hace falta que diga lo que opino de las cábalas y supersticiones y su validez... Pero... ¿y de la disciplina?, ¿acaso me gustó alguna vez? Ya la palabra es fea, suena como “penicilina” o cualquier otro antibiótico. Reparemos en esto: anti-biótico, en contra de lo vivo, de la vida. Da qué pensar, ¿no?
Pero bueno, tampoco estoy totalmente en contra de la disciplina, un mínimo hay que tener. Y como yo tengo muy poca, los ejercicios me pueden servir. No con un fin “útil”, convencionalmente hablando; ya que no me interesa aplicarme disciplina con fines convencionales. Por eso un ejercicio inútil.”
Como tal vez sea el escribir esto esta noche… O tal vez no.
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