Las cosas que creo

Creo que creo las cosas que creo; o sea, creo que uno crea las cosas que cree. O las recrea, cuando cree en algo que alguien más creó. Y creyó, porque uno cree en las cosas que crea...

lunes, 16 de mayo de 2011






   Me gusta la noche. Demasiado como para quedarme durmiendo. Hay quienes piensan que es un desperdicio quedarse durmiendo en una mañana soleada; pienso lo mismo respecto a las noches, sobre todo las noches de verano (o primavera). Ésta es una noche hermosa. Un escritor que solía gustarme bastante dice que la noche nos agrada (a quienes nos agrada, claro) porque suprime los detalles ociosos. Es verdad, de día todo es demasiado claro, demasiado explícito. Ciertas cosas de día se ven como en un tratado científico, detalladamente explicadas desde todos los ángulos. La noche, en cambio, oculta, disimula, sugiere… Como la poesía, siguiendo con la analogía literaria. Aunque no sólo eso; también – y más importante – la noche muestra otras cosas que sería imposible ver de día. Las estrellas siempre están, pero de día no se ven, ¿no? Y con la gente y las cosas pasa igual. De día se ve lo que hay que ver, lo que el Sol nos muestra. De noche, en cambio, se puede ver lo que uno quiere ver, o lo que no quiere, o lo que puede…
Cuando la humanidad estaba en su infancia tenía miedo de la noche; ahora, que estamos en la adolescencia, nos atrae. Queremos conquistarla, pero brujas, monstruos, duendes y demonios no se desvanecen con las luces de neón. Las cosas funcionan de otra forma de noche. Tal vez hayamos logrado domar nuestro inconsciente durante el día, pero, como dije, la noche es otra cosa. Las noches siguen perteneciendo a Morfeo, dios del sueño; y no porque nos quedemos despiertos vamos a engañar a nuestro inconsciente. Todo cambia; nuestra percepción cambia, y también cambian las cosas. Y también cambiamos nosotros, aunque ya dije que cambia nuestra percepción, y si uno fuera un idealista, podría decir que todo es percepción. Pero bueno, muchas escuelas filosóficas hay, y yo nunca fui idealista, o realista, o autista. Tampoco marxista, ni psicologista, ni adventista. Racista, sexista, revista. Fascista, espiritista, autopista. Modernista, oscurantista, paracaidista. Ni optimista, ni pesimista, ni estilista. No, señor, ningún “ista” en mi lista. Ni siquiera nihilista.
Siempre fui un inconsciente. O eso me dice la gente… Es que me quedan bien los adjetivos con i… inteligente… ilustrado… imbécil, idiota… Irreverente, intransigente… imaginativo, iluso… Inútil, impasible, insospechado… ¿Insulso quizás?, ¿irrisorio tal vez? Insólito. Incendiario, iconoclasta, imantado. Increíble, inverosímil, inusitado. Ingenioso, iluminado. Inestable, inexplicable… insaciable. Intrépido, irónico. Incandescente, ilógico, infantil. Insensato, impresentable. Inadaptado, insolvente, ilegal. Incauto, irresponsable, incapaz. Impaciente, inconformista… Impulsivo, incorregible… Impredecible, itinerante…
Impresionante, ¿verdad? O no, lo mismo da. Creo que estaba hablando de la noche. O que ya hablé. La noche… Una extraña melodía invade el aire, y salgo a la noche. A pasear despierto por los dominios de Morfeo… entre las amapolas…

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