Revolución
¿Tienen las cosas realmente un principio?, ¿tienen las cosas realmente un final? No lo sé, no lo creo. Todo da vueltas todo el tiempo. Vueltas revueltas, revoluciones. Se empieza por donde se puede.
Empecemos ahora por lo más pequeño que conocemos: los átomos. Electrones dando vueltas y vueltas alrededor de un núcleo, que vaya uno a saber si no da vueltas también, porque además de protones y neutrones, se supone que hay partículas sub-atómicas: quarks, plancks, qué sé yo.
Átomos. Todo está formado por átomos. Nosotros, básicamente, somos una masa de átomos apelotonados. Que se la pasan dando vueltitas. Y hace unos cuantos siglos que sabemos que estamos en un planeta que da vueltas. Alrededor de una estrella que también da vueltas, en una galaxia que da vueltas. ¡Y que encima tiene forma de espiral!
¿Por qué entonces vivimos convencidos de que la línea recta es el camino más corto entre dos puntos? Vale, tal vez sea el más corto, pero eso no implica que sea el mejor. El querer ir en línea recta es un error, nuestro error. La dialéctica, por ejemplo, base de nuestro conocimiento. El lenguaje, también; sistemas binarios. Aplastantes por su misma naturaleza. Sí o no, blanco o negro; se mata algo para favorecer otra cosa. Se pierde lo que demasiado simplistamente llamamos “matices”. Y así se avanza, escalón a escalón. Y se avanza vertiginosamente, en línea recta; ¿pero? La línea recta se pierde en la lejanía...
Dando vueltas no sólo se revoluciona, también se evoluciona. El círculo perfecto, el eterno retorno, no existe. Lo perfecto no existe. Ya lo dije antes: lo único “perfecto”, “eterno”, inmutable”, sería el no-ser, la nada. Pero, justamente, la “nada” no existe. Existir es cambiar, transformarse todo el tiempo. Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Creer en la “perfección” ha sido siempre nuestra gran “imperfección”. Lo que nos separó de los animales y de las demás cosas. En algún momento cometimos el pecado original: pensar. Pensar de la manera en que solemos pensar. El Bien y el Mal... ¿qué está bien?, ¿qué está mal? ¡Adelante, siempre adelante!; ¿qué es adelante?, ¿qué es atrás?; ¿qué es arriba?, ¿qué es abajo? Abstracciones, que tienden a encasillarnos, a guardarnos en pequeñas cajitas conceptuales, cajitas de nada...
Asumamos el hecho de que somos masas apelotonadas y revueltas de átomos en una bola de tierra dando vueltas por el espacio; que no está vacío, también son átomos que dan vueltas... y vueltas...
Aunque... somos masas de átomos curiosas, la verdad. Bueno, todo es curioso si se mira bien. Pero nosotros tenemos lo que llamamos “conciencia”: esa capacidad de abstracción que nos permite incluso vernos a nosotros mismos como “desde fuera”. Y aunque dije antes que nuestras abstracciones tienden a encasillarnos, también es verdad que nuestra capacidad de abstracción es la que nos ha hecho libres. Para bien o para mal, si uno quisiera encasillarse. Para mí, lo que nos da esta libertad es el poder de crear. Poder tan apabullante, que hemos tenido que crear dioses a nuestra imagen y semejanza, para poder delegar en ellos todas las responsabilidades que la creación conlleva. Crear no es sacar cosas de la nada, porque – ya lo dije, aunque lo puedo decir otra vez – la nada no existe. Crear es transformar, modificar, recombinar... Y ése es nuestro privilegio, nuestra responsabilidad, nuestra función. Bueno, bien podría ser que los animales también lo compartieran; pero, en cualquier caso, se lo guardan bastante para ellos. Nosotros, no; el planeta está en nuestras manos. Más aún, la “realidad” está en nuestras manos. Siempre podemos modificarla, transformarla... Pero no es cuestión de avanzar; es... agrandarse... expandirse... elípticamente... dando vueltas... siempre cambiando... Y, en lo posible, para el lado que mejor convenga. ¿Cuál es? Interesante pregunta... El que hay que hacer: Revolución.
(signos de admiración optativos)
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